domingo, 19 de diciembre de 2010

Hojas en blanco, letras sin tinta.

Hoy he sentido algo nuevo, algo que ha cambiado mi vida por completo, he sentido un extraño cosquilleo a recordar tu cara, un escalofrío ha recorrido mi cuerpo al escribir tu nombre en el papel, hoy he sentido como la brisa de la mañana entraba por mi ventana, y ha sido como notar tu presencia a mi lado de la cama, fría, insensible, como tú, hoy, aparte de haberme dado cuenta de lo que siento, me he venido abajo, sé que nunca llegaremos a nada juntos, sé que no voy a ver el amanecer del Sahara junto a ti, sé que no escucharemos canciones románticas y las cantaremos al compás, lo sé, como también sé que no me levantaré día tras día teniéndote a mi lado, y duele, me gusta imaginarme junto a ti, abrazados, los dos, solos en un sinfín de lugares, nuestros lugares, y el simple echo de que poco a poco vayas apartando tus ojos de mi, el insignificante echo de que me hables más fríamente, sin tener en cuenta lo que yo pueda estar sintiendo, me destroza el corazón trocito a trocito, me lo desmontas  como si de un rompecabezas que luego acabarás olvidando se tratase. Pero, posiblemente, lo más extraño de todo,  quizás, es que lo que siento tal vez no sea real, tal vez, ni siquiera tú, lo seas, pero sé que sí lo eres, te veo, cada día, te veo, cada instante, te veo, y no soy solo yo, los demás también te ven, de repente me alegro, no estoy loco, bueno, no mucho, al menos sé que parte de mi locura es por tu culpa, por culpa de ésa sonrisa que me diste por primera vez cuando nos conocimos, no hace mucho, por culpa de ése peculiar modo de llevar el pelo suelto, por la forma en que cruzamos miradas en los pasillos, y en que solías despedirte de mi cuando lo hacías, por la manera en que caminas, en que te expresas, por que el viento se mueve al compás en que haces tu cada uno de tus leves movimientos, moldeando tu cuerpo, perfeccionándolo, aumentando éste fuego que hay dentro de mi, aumentando las ganas de ti, y hoy me encuentro en un campo de margaritas, mirando la puesta de sol, solo, tan sólo me acompaña una tenue sombra que se refleja de mi cuerpo en el suelo lleno de margaritas, el cielo empieza a oscurecer, pero un toque anaranjado, el del anochecer, hace que cuando mire hacia arriba, me recuerde al color de tu pelo y me entren ganas de llorar, sacar todo lo que llevo dentro, explotar, contarle a una de éstas flores lo que me pasa, y eso me recuerda el tópico de la margarita, y empiezo a arrancar los delicados pétalos de una frágil flor, aunque lo que más me dolió no fue que todos los pétalos que quitaba, que arrancaba con ansia, me dijeran lo mismo, lo que más me dolió fue morir deshojando margaritas que me decían que no.

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