domingo, 20 de febrero de 2011

Mi paraiso.

No pasa un día en que no estemos, ni un solo instante, en el paraiso. Y yo tengo una forma muy peculiar de recordarlo, un día cualquiera, en un sitio común y en una situación de lo más cotidiana, yo, por un instante, estuve en el paraiso.
Era una tarde fría de Enero, íbamos camino de una pastelería, teníamos hambre y nervios, ya que nuestra actuación empezaría en menos de una hora y queríamos cojer fuerzas, entramos a una panadería que no tenía mala pinta y esperamos a que la gente acabase de comprar sus cosas. De pronto se escuchó la campana de la puerta, había entrado un grupo de chicas, muy monas todas, pero, en principio, nada del otro mundo, sí que había una con una belleza superior a la de las demás, pero ya os digo, nada fuera de lo normal. Pedimos nuestra merienda y cuando nos íbamos les pregunté al grupo de chicas que dónde podía comprar un paquete de tabaco, pues con la merienda calmaría el hambre, pero no los nervios, y una de ellas, la más guapa, me miró a los ojos, a partir de ese instante no comprendía nada de lo que me decía, simplemente asentía, nada más, ¿por qué? Os preguntaréis... En el mismo instante en el que me miró, sus ojos me transportaron a otro mundo, me hicieron perder la noción entre el espacio y el tiempo, me paralizaron y no podía más que afirmar con la cabeza constantemente.
Fueron sus ojos, unos ojos grandes, unos ojos que emitían una luz azul procedente de su más profundo interior. Como la luz que emite la luna, me iluminó en aquella oscura tarde de Enero, y cuando vi que sus labios ya no se movían, que ya había acabado de decirme a donde podía ir, me despedí de ella con el adiós más doloroso que jamás haya dado, pues el paraiso cuesta de abandonar, y, por un instante, me gustaría volver a estar.

martes, 1 de febrero de 2011

Como una espinada rosa negra.

Esta sensación que me recorre todo el cuerpo cuando te veo es inexplicable, hace poco que te vi entre todas las flores de este matojo de rosas, pero tú destacabas, eras nueva, pero con algo especial, algo que te hacía distinta a todas las demás que te rodeaban, me fijé en ti por que me asombró el destello de luz que reflejaban tus oscuros pétalos, que se diferenciaban de los rojos corrientes de las demás, unos pétalos que embrujarían la mirada de cualquier ser al instante, pues tú, mi rosa negra, me embrujaste al mirar ese pelo tan oscuro, como el que mira el pétalo de una rosa negra, tu voz me sedujo en el mismo instante en que la escuché, fue como escuchar una canción angelical saliendo de tus labios, unos labios carnosos que pedían a gritos que les besara, unos labios que sin decir una mísera palabra, conseguían hacerme perder el sentido, eras joven, demasiado quizás, pero quería que fueras mía, quería que te separaras de esas flores que te hacen parecer menos brillante, y hacer que destacaras a mi lado, porque yo, una simple margarita, que se deshoja poco a poco a medida que pasa el tiempo, un diente de león que se desvancece con un soplo de viento, yo, a tu lado, soy menos que nada, y quería que destacaras por encima de todo, por encima de todas, e intenté agarrarte, arrancarte de ese ramo, pero, ¡dichosa mi estampa! ¡La única rosa casi perfecta! ¡La unica a la que un defecto se le detecta! Estabas espinada, me pinchaste la mano como también el corazón, y de haberme embrujado, ahora, me tienes envenenado, estoy dolorido, solo tú tienes la cura para mis dos heridas, solo tú sabes como evitar que esto siga, y espero que se te caigan pronto las espinas para poder arroparte, por que aunque me duela, aunque se me estaquen las espinas en mi torso, aunque tenga que sufrir como nadie nunca ha sufrido, yo, te prometo, que algún día, te abrazaré.